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COSTA RICA

En las tierras altas y cálidas de América Central, donde la vida da paso a la muerte y la muerte da lugar a la vida, pudimos disfrutar del vuelo de los cóndores y zopilotes. Esas aves que cumplen con la silenciosa tarea de cuidar los desechos del bosque, guardianes invisibles de la salud de la selva impenetrable de Costa Rica.

Desde lo alto de los árboles vigilan el mundo con paciencia. Flanquean ríos, montañas y valles verdes, verdaderos acróbatas del aire, capaces de deslizarse con maestría entre la vegetación exuberante del bosque nublado.

El calor era denso, el aire estaba cargado de sonidos, olores: hojas, insectos, el estruendo de una fuerte tormenta que se alejaba, el agua es vida.

Muy cerca de la frontera con Nicaragua, al norte de Costa Rica, la selva me regaló un escenario de luces verdes y cantos invisibles.El paraíso de las aves.
Los mieleros, joyas vivas de plumaje iridiscente danzaban entre las ramas como si el bosque los hubiese pintado, un azul eléctrico se desliza entre las hojas, o tal vez azul verdoso, o amarillo, todas las aves brillantes, incluso las tangaras, con su elegancia discreta, como la flamígera, con ese oscuro plumaje prendido de llamas rojas. Otras aves, de nombres aún desconocidos para mí, también aparecían, siempre atentas a la llegada de oropéndolas, pericos y tucanes. 
A la orilla de ríos, martines pescadores, manaquins y jacamares brindaban notas de color al verde infinito de selva viva.

En las alturas paraiso quetzal nos recibe entre brumas y montañas, bosques húmedos y el latir de un lugar virgen, árboles milenarios, humedad, el frescor de la naturaleza más pura que nunca antes he visto. Colinas abruptas, repletas de vegetación exuberante.Vinimos en busca de este mítico animal, cuya silueta se desliza como un espíritu entre los árboles altos, mientras su larga cola acaricia el viento, su verde jade y su rojo fuego, un destello brillante que se oculta en el corazón de las montañas, un fantasma que nos dejó a todos maravillados.Nos alojábamos en un lugar de ensueño, un rincón suspendido entre las nubes, donde el bosque respira lento, los colibríes te rozan el alma, y el silencio tiene aroma a tierra húmeda. Aquí pudimos fotografiar estas increíbles aves, tan populares, tan bellas, con su variedad de colores, sus irisaciones, el batir de sus alas, 5 fueron las especies que batían sus alas frente a nosotros, un sueño hecho realidad.

Durante nuestro viaje navegamos durante una hora por el caudaloso río Tortuguero. Los árboles se alzan imponentes y los bosques son frondosos. El ambiente es húmedo y la selva que bordea la costa caribeña rebosa de vida. A nuestro paso las lapas rojas surcan el cielo, los basiliscos descansan sobre los troncos caidos y las garzas y martines pescadores patrullan las orillas en busca de alimento. El río serpentea durante varios kilómetros, dejamos atrás el estrecho meandro para desembocar en el río principal, aquí ya se observan algunas poblaciones, absolutamente inmersas en el interior de la selva y a mano izquierda el puerto de Tortuguero.Estamos en la costa del Caribe, tan solo unos pocos kilómetros separan los ríos de agua dulce con el mar. Aquí se extiende el parque nacional, hogar de animales tan enigmáticos como el jaguar, osos perezosos, tucanes y muchas más criaturas. Al fondo en la lejanía se escuchan los monos aulladores, mientras que sobre nuestras cabezas una familia de monos araña observa el ir y venir de de los turistas.Amanece, el cielo gris, los bosques recortan verdes y penetrantes, subimos a dos pequeñas embarcaciones, nuestro guía rema y durante 4h recorremos los canales, buscando todo tipo de aves, jacanas, martines, anhingas, garzas de todo tipo, desde la imponente tigre a la más sigilosa y tímida del lugar, la agami. Durante el relajante recorrido algunos caimanes descansan en las orillas. Sin duda un lugar mágico.

Cae la noche y una sinfonía nocturna de insectos melódicos acompañan nuestra caminata por el interior de la jungla. Cantan los insectos, responden las hojas, y la humedad envuelve el aire. Es la hora de los anfibios.Surge primero una ranita dorada, leve como el eco de un cristal. Le sigue la famosa rana de ojos rojos, emblema de Costa Rica, su cuerpo de colores vivos parecen pintados por el mismo bosque y sus ojos rojos como el zafiro parecen robados del mismo demonio.Entre la hojarasca se deja ver la rana tigre, uno de los encuentros fascinantes de aquella noche, gracias a nuestro guía, que se conocía cada rincon del jardín selvático donde estaba nuestro lodge. Con su cuerpo robusto y colores vibrantes quedamos maravillados de tanta belleza que esconde el bosque húmedo. Aún quedaba una sorpresa más, sobre una hoja húmeda, brilla una rana preciosa, de tonos marrones, parece casi recién sacada de un profundo vaso de chocolate, colores entremezclados que brillan con intensidad a la humedad del aire.

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